TERCER MILENIO
Una bienvenida exhortación a tener muy presente: la humanización de la medicina
Por Justo L. Urbieta
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Por experiencia personal y debido a una enfermedad compleja hace poco más de dos años tuve que transitar todo el ámbito del Instituto Alexander Fleming ubicado en Colegiales, Buenos Aires, ya que allí tuve ocasión de transmitirles mi gratificación por percibir que en la mayoría de los profesionales y técnicos de la salud que allí trabajan fueron formados con una alta valoración de la humanización de la medicina.
Previamente, durante el ejercicio activo del periodismo prediqué en favor de un trato amable, cordial y respetuoso a las personas que a diario acuden a los entes de servicios e instituciones oficiales y privadas donde observaba una total ausencia de empatía, como si los clientes o usuarios debiesen estar pendientes del buen humor de quien oficiaba de interlocutor en algunos de esos lugares.
Pero donde con mayor nitidez se observaba ese detalle -tan dañino para la sensibilidad de las personas, sobre todo para las que por razones de edad o ausencia de una educación que les facilite la comprensión de determinadas cuestiones– era en el campo de la medicina: en consultorios privados, en clínicas, en sanatorios y en hospitales.
En el acto de imposición del nombre “Doctor Adolfo Lippmann” –un merecido homenaje para quien tuve el gusto de conocer siendo muy jóvenes cuando compartíamos diálogos cordiales en el patio del Colegio Nacional cuando tenía su sede en 25 de Mayo casi San Martín y con el paso de los años atendió a mi padre postrado por un problema relacionado con su especialidad de traumatólogo- tanto el ministro Aníbal Gómez cuanto el propio gobernador Gildo Insfrán pusieron el acento en la cuestión de la relación con los pacientes y en la humanización de la medicina.
Y es criterioso; es que ¿de que serviría semejante esfuerzo planificador y de inversiones para infraestructura y equipamiento de punta si se carece de recursos humanos que sean sensibles al dolor del prójimo y a sus padeceres de salud?
Como bien se ha dicho, hay quienes a los que no les queda más remedio que por necesidad deben soportar el mal trato y la desconsideración del médico, del enfermero o del técnico sanitario.
Pero lo grave ocurre cuando la afrenta es tal que no son pocos los que desertan del sistema de salud y terminan falleciendo sin haber tenido la oportunidad de recibir una adecuada atención contándose con todos los medios para que así sea.
Insfrán ha insistido, con orgullo, en que se ha logrado recrear en Formosa el mejor Sistema Público de Salud del país, pero hace hincapié en tomar el ejemplo de médicos como su amigo Adolfo Lippmann que hizo de su profesión un verdadero apostolado, sumándole buen trato y empatía a su eficacia profesional en la relación con los pacientes, sobre todo con los más humildes.
Al definirlo como profesional de la medicina dijo que “su trabajo nunca fue para él una cuestión material su trabajo, sino que siempre fue la humana” para describir que “con su sonrisa y su picardía muy características, curaba mucho más que con el bisturí, porque atendía a todos sin distinción”.
El destacado médico y académico español Manuel de la Peña mencionaba que cuando se habla de humanización de la medicina, la información al paciente es clave, pero debe ir acompañada de un trato admirable, de empatía médico-paciente, de confianza mutua y respeto; en suma, se trata de aportar calor humano, transmitir afecto, respetar la dignidad y darle valor a la libertad, individualidad y autonomía del paciente, y estos son, en definitiva, algunos de los ingredientes principales de las necesidades de los pacientes.
Significaba el doctor de la Peña que, de hecho, la relación médico-paciente es una alianza de estos sentimientos, hasta el punto de que, si se saben optimizar, contribuyen a la curación.
Su experiencia le indica que una idea muy ligada a la forma de actuar del médico es la idea de su imagen de fortaleza, de su carisma, de la posibilidad de hacerse presente, de ser afectuoso y respetuoso con el paciente.
Historiando, evocaba que Aristóteles y santo Tomás de Aquino caracterizan al “médico con personalidad”, al “médico con alma” y que marca una impronta en la consulta médica.
De allí que el doctor de la Peña resaltara que, si todas estas virtudes se conjugan con “la intencionalidad del médico”, se habrá encontrado el camino hacia la excelencia médica, y como decía Dante “quien sabe de dolor, todo lo sabe”.