Una “triada”, en la cúspide de la pirámide
La “Santísima Trinidad” ocupa el centro de la escena
La Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (Adepa) es la conjunción de más de un centenar de medios, entre ellos los más importantes del país, que acaba de volver a marcar la cancha al Gobierno nacional en una encendida defensa del ejercicio de la profesión.
Pasaron gobiernos militares y civiles y, entre estos últimos —de distinto signo político— desde la UCR, el justicialismo en sus diferentes vertientes, el PRO y actualmente la experiencia libertaria que conduce, con su particular y por momentos desconcertante estilo, Javier Milei.
La conducción de Adepa, de cuya Junta de Directores y Consejo Directivo participa un exponente de este medio, ha mantenido su línea de conducta, con principios inalterables y un profesional manejo de los tiempos sabiendo que los gobiernos cambian y los medios, al menos los más afianzados, sobreviven sabiendo que la inteligencia aconseja la paciencia oriental.
La rueda de la política da vuelta. Muchas vueltas. De acuerdo al humor social, con sorpresas que no todos saben asimilar, pero que es producto del ejercicio democrático en el cual no debe perderse de vista la emocionalidad del voto, la importancia de los sistemas electorales vigentes y los cambios que se han producido en lo tecnológico con el auge de las redes y una alteración de la base poblacional, donde el voto joven ha pasado a tener una influencia determinante en los resultados electorales.
Está claro que las que fueron las dos principales fuerzas políticas del país en las dos últimas décadas atraviesan un proceso de transformación, perdiéndose el carácter orgánico como expresiones ideológicas con el advenimiento de nuevas expresiones y la novedad que implican la conformación de frentes electorales que se constituyen para ganar elecciones, pero que, hasta ahora, no se han mostrado aptas para ser una expresión unívoca de un ideario llamado a ejecutar en el día a día de la gestión de gobierno un plan coherente, acorde a las necesidades de un país, potencialmente de los más ricos del mundo, pero impotente a la hora de mostrar resultados.
La crisis de representación y la mediocridad en todos los órdenes de la vida nacional es una realidad. Se advierte en el ejercicio del Gobierno. En el funcionamiento de las cámaras legislativas, tanto nacionales como provinciales o municipales, y en el quehacer del Poder Judicial, que ha ganado un alto grado de descreimiento. No es distinta la opinión respecto a la dirigencia empresarial o gremial, y hasta la propia Iglesia Católica, donde nada es como supo ser décadas atrás.
En este marco, los gobernantes, sean presidentes o gobernadores, por citar sólo las cabezas más representativas del quehacer institucional, confunden lo que es el gobierno con el poder mismo. Algo que no se ve ni se toca, pero que existe y subsiste a los cambios que la natural temporalidad de los cargos conlleva.
Los gobernantes están siempre con fecha de vencimiento. Pocos son los que así lo entienden. Parecen ignorar que llegar, se llega, muchas veces por circunstancias hasta imprevistas. El secreto radica en mantenerse en los primeros planos, reconvertirse con inteligencia y proyectarse preparándose para los cambios naturales que el devenir democrático impone.
Pocos son los que desconocen aquella máxima que dice: “Llegar al gobierno es subirse a un tigre, la cuestión es saber cómo bajarse sin que el tigre lo coma”. Una cosa es el gobernante en sus primeros días, y otra es cuando se llega al final donde, las más de las veces, termina pagando por actos de soberbia, desplantes o desaires.
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¿Quién necesita de quién: el Gobierno
de los medios o los medios del Gobierno?
En los últimos meses, el Gobierno nacional, dentro de un conjunto de medidas, las más de ellas necesarias en el marco de la crisis que vive el país para conjurar el proceso inflacionario, dispuso la suspensión por un año de las pautas a los medios. Una decisión que conlleva un mensaje adicional y es parte de una política de minimizar la importancia de los mismos, frente al fenómeno de las redes como vía de comunicación directa.
Adepa, aun pudiendo lograr —por vía de la Justicia— dejar sin efecto una medida atentatoria de la libertad de expresión, prefirió no resistir una decisión arbitraria, incluso sabiendo que, a lo largo y lo ancho, se multiplicarían los jueces federales predispuestos a cumplir con la prensa.
Las pautas, cierto es, contribuyen desde lo económico, al funcionamiento de una función social y una fuente de trabajo como son los diarios, tanto más en un tiempo —que viene ya de antes— de crisis de la industria gráfica. Inciden los nuevos hábitos pos pandemia, la menor venta del diario papel, la disminución de la publicidad privada y los elevados costos de los insumos, así como los laborales.
Desde los gobiernos, no es un secreto, que mientras están en ejercicio de sus funciones necesitan de un blindaje que puede ser mayor o menor, en función a las relaciones con los medios y de las propias líneas editoriales, así como de las espaldas de cada uno de ellos. Aunque, no menos importante, para los gobernantes es la relación para el día después, cuando dejen la función y, desde el llano, muchas veces deban responder por los años en los que, desde el Olimpo de sus cargos, algunos se creyeron amos y señores sin tener en cuenta que la historia siempre se ha repetido. Acá, en todos los tiempos y en todas las latitudes.
Una “triada”, en la cúspide de la pirámide
Está el Presidente, los gobernadores, los intendentes como cabeza del poder que visualiza la sociedad, a la vez que los legisladores, a los que la gestión de Javier Milei llegó a demonizar como nunca antes.
En ellos la sociedad ve representado lo que considera el poder. Los propios actores se sienten y lo sienten, olvidando aquello insoslayable que es el paso del tiempo y los recambios que el sistema impone. Algunas veces, según los ciclos impuestos por las normas y otras, por el aceleramiento propio que producen hechos disruptivos.
Lo cierto es que, sobre ellos está la “Santísima Trinidad” que, para que la sociedad entienda, es la triada que conforman los medios, la opinión pública y la Justicia. En ese orden.
Esto se está viendo, de manera patética, con el lamentable caso Loan. Son los medios los que han instalado el hecho. Los que lo mantienen en los primeros planos. Ese accionar consociado influye, de manera determinante, en una opinión pública que lo toma como propio y lo retroalimenta al influjo de la permanencia de la noticia con sus nuevos capítulos y, finalmente, la Justicia, que viene a la zaga y en la cual ejerce influencia —de manera determinante— el impacto mediático que moldea y condiciona las decisiones judiciales, activando mecanismos tradicionalmente lentos para dar respuesta en la dirección que la sociedad reclama.
Y, al hablar de la Justicia, no nos referimos a jueces o fiscales de distinta jerarquía, fuero o jurisdicción. No pocas veces es la misma Corte Suprema, para muchos el poder real como intérprete final de la Constitución, la que debe adecuar y hasta readecuar decisiones ya tomadas como ocurrió no hace mucho, con un fallo ajustado a Derecho, el del 2 por 1, que debió ser corregido por propio máximo Tribunal de la Nación para estar en sintonía con la demanda social.
En definitiva, primó la opinión pública como reflejo del accionar de los medios, condicionando decisiones del más alto cuerpo judicial de la República.
Lo propio ocurre en todas y cada una de las provincias frente a hechos que se generan en el devenir de los días.