TERCER MILENIO
La inundación más dramática que soportó Formosa en 1983
A fines de 1983 la provincia tuvo razones suficientes como para pensar en un futuro esperanzador porque se había recuperado la democracia y además resultaron exitosas las exploraciones que se realizaron en Ramón Lista donde alumbró petróleo con lo que ello significaba para la economía provincial.
Pero además, por la creciente pertinaz del río Paraguay, esta ciudad, Clorinda y otras poblaciones ribereñas sufrieron las consecuencias de la mayor inundación de su historia.
El 31 de mayo de 1983 será inolvidable para los que asumieron algún tipo de protagonismo en esa desigual lucha contra la naturaleza porque en el hidrómetro de la Prefectura Naval Argentina del puerto local el río alcanzó la insuperable marca de 10,73 metros.
En lo personal fue unos de los momentos especiales ya que La Nación, el diario del que fui corresponsal desde 1982 y hasta 2017 -en que mis ojos dijeron basta- publicó tantas notas que acrecentaron la ansiedad del ego propio y que aumentaban al mismo ritmo que la evolución de las aguas.
Todos se pasaban mirando el hidrómetro. No diariamente sino a cada hora.
Y los efectivos de la Prefectura Naval Argentina se mostraban solícitos a la hora en que los hombres de prensa consultábamos sobre lo que estaba ocurriendo.
La foto mayor, la que se publicó en casi todos los diarios del país y del mundo, fue la de la estatua de El Conquistador, ubicada al final de la explanada de la explanada del puerto, en la zona ribereña, fue prácticamente cubierta por las aguas a punto tal que solamente el casco quedase expuesto en la superficie.
Casi el 80 por ciento de la población de Clorinda fue evacuada, con miles de isleños y ribereños obligados a abandonar sus casas y otros tantos de los barrios periféricos de esta ciudad en los centros de evacuación, así como daños millonarios en bienes, fue el saldo de la mayor tragedia de la historia de Formosa que arrojó 68.000 evacuados.
Recibí las noticias en tu email
Hospital de Malvinas
En el aeropuerto de El Pucú la Fuerza Aérea montó un moderno hospital de campaña que había operado en las islas Malvinas, en 1982 y que se sumó a la infraestructura sanitaria propia.
El vicecomodoro Dubós, formoseño el , fue quien se encargó de coordinar los movimientos de los Hércules que hasta ese 29 de mayo ya habían llevado a otros puntos solidarios de la Argentina -que le abrió las puertas a los formoseños- a unos 3.000 niños.
Los contingentes que emigraban en aviones militares o micros especialmente fletados iban acompañados de madres y familiares de los pequeños y adolescentes.
Todos sabían con precisión adónde iban: hoteles, casas de familias, centros recreativos o colonias de vacaciones oficiales y privadas eran sus destinos.
Además, tenían aseguradas la atención médica y la comunicación periódica con sus familiares utilizándose los servicios de la red de Presidencia de la Nación.
Se tornaba difícil la separación de padres e hijos. En algunos casos se obviaba el sentimiento en la expectación que la emergencia mermaría pronto y que el retorno se produciría en breve junto con las seguridades de que no se perdería el año escolar ya que fueron recibidos en escuelas de La Rioja, Mar del Plata, La Pampa, Santiago del Estero, Salta, Jujuy, Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Bahía Blanca y Córdoba hacia donde fueron trasladados los chicos formoseños y sus familiares.
Los que se quedaron
Pero hubo también miles de familias que decidieron quedarse hasta el final con el hogar íntegro y unido en la adversidad, esperando que las aguas bajasen y sumándose a los que iban a rezarle a la Virgen del Carmen en la ribera, esperando que las aguas bajen, aunque en la espera se corriese el peligro de perder el año escolar e inclusive la propia vida.
Un sobrado casero
El Comando de Emergencia señalizó los puntos más altos de la ciudad, es decir los que más soportarían la presión de las aguas, como fue el caso de la plaza San Martín.
Por muchos años se pudo ver pintado el número de la cota de cada sector de la ciudad.
Mi padre -don Pataito, en una reacción que lo pintaba entero- decidió armar un sobrado en una vieja cucheta que utilizaba para dormir.
La parte superior parecía un ejemplo de camuflaje en una contienda, en este caso para nada bélica aunque igualmente destructiva por lo irascible y ferocidad de la naturaleza.
Muchas cosas se perdieron por entonces. Pero los formoseños supieron unirse en la desgracia.
La otra Formosa
Hubo solidaridad plena de los argentinos y del mundo y también quedó en exposición un detalle inolvidable e increíble que reflejaba el desconocimiento de la provincia y su reconocida falta de integración territorial.
Es que mientras miles de pobladores emigraban, se escapaban del agua, el interior, totalmente seco, normal, estaba aguardando a sus comprovincianos.
Es que el drama se precipitó en el litoral fluvial formoseño.
Sin embargo, desde las cercanías de Mariano Boedo hacia el Oeste, había sequía y corazones que latían al unísono de quienes, por los efectos de la emergencia, se habían olvidado de su propio territorio, no descubrieron “la otra Formosa”.
Después de la inundación la calma y las medidas preventivas que valieron la pena -como es el caso de los anillos de defensas en torno a esta ciudad y Clorinda- que le dieron la razón a quienes las dispusieron porque, sin alcanzar la máxima de 1983, las crecientes volvieron a repetirse.
Pero ese 31 de mayo de 1983 el río Paraguay registró su marca histórica de 10,73 metros en el puerto de esta capital.
Justo L. Urbieta